lunes, 18 de abril de 2016

Maldita empatía

Hace unas semanas salí a divertirme con mis compañeros de trabajo a una discoteca. Somos los raros de la chamba, porque no practicamos la heterosexualidad. Todo un escándalo. Francamente fascinante. Fuimos a una discoteca de ambiente y pronto nos pusimos a tono con la música y el alcohol. Yo era la única chica y no veía la forma de encontrar una acompañante; todas parecían estar emparejadas, y además soy bastante cobarde para pedirle a alguien que baile conmigo. Creo que soy de las que esperan que la inviten, pero no porque soy pasiva ni esas estupideces que a las jóvenes lecas les gusta decir; simplemente, soy una maricona.

Entradas las horas, el alcohol había terminado por penetrar más allá de lo sensato y yo estaba  ‘a tono’. Bailábamos en grupo cuando de pronto, sentí una presencia bastante cerca. Era otra chica. Me sorprendí porque durante toda la noche no había podido llamar a atención de nadie. Estaba un poco descolocada así que no pude verla bien, pero noté que era algo robusta. Me dijo que quería bailar y yo accedí. Cuando sentí su cuerpo cerca al mío y sus manos tocándome con un permiso que jamás había dado, es que me di cuenta. Se trataba de una mujer entrada en kilos. En realidad era bastante robusta y no podía dejar de sentir su barriga contra mi cuerpo.

Confieso que la gordura exagerada no me agrada. Pero en general no juzgo a la gente por su peso. He amado a muchas gorditas y no he tenido problemas con ello antes;  sin embargo, aun cuando no disfrutaba del momento, no podía dejar de bailar con esta mujer. Mis amigos, luego de ayudarme a zafar de aquello, me preguntaron por qué seguía bailando con ella; para ellos yo lo estaba gozando. Pero no, para nada. Es sólo que no podía dejar de pensar que no quería hacerle daño. No quería que pensara que no me agradaba por tener sobrepeso.

Pensaba que la podían haber rechazado antes, que en el colegio la deben haber molestado mucho, que alguna novia tonta la dejó por otra poniendo de excusa su peso, y cosas por el estilo. No quería rechazarla, no quería hacerle sentir mal. Y con esto, hice mucho más que ponerme en su lugar, sino que me fui de cara. La victimicé. La vi como alguien que de por sí tiene que sufrir, di por sentado que ella se siente mal con su cuerpo, que lleva una vida miserable por tener kilos de más, por ser gorda.


Ahora que lo veo desde otro punto de vista, maldigo mi empatía; porque se deja llevar por prejuicios y nubla mi juicio. Lo que debí haber hecho es rechazarla, no por gorda, sino porque me tocaba sin permiso, porque me hizo sentir incómoda. Puse mi empatía prejuiciosa por encima de mi asertividad y perdí mi oportunidad.