Hace unas semanas salí a divertirme
con mis compañeros de trabajo a una discoteca. Somos los raros de la chamba,
porque no practicamos la heterosexualidad. Todo un escándalo. Francamente fascinante.
Fuimos a una discoteca de ambiente y pronto nos pusimos a tono con la música y
el alcohol. Yo era la única chica y no veía la forma de encontrar una
acompañante; todas parecían estar emparejadas, y además soy bastante cobarde
para pedirle a alguien que baile conmigo. Creo que soy de las que esperan que
la inviten, pero no porque soy pasiva ni esas estupideces que a las jóvenes lecas
les gusta decir; simplemente, soy una maricona.
Entradas las horas, el alcohol
había terminado por penetrar más allá de lo sensato y yo estaba ‘a tono’. Bailábamos en grupo cuando de
pronto, sentí una presencia bastante cerca. Era otra chica. Me sorprendí porque
durante toda la noche no había podido llamar a atención de nadie. Estaba un
poco descolocada así que no pude verla bien, pero noté que era algo robusta. Me
dijo que quería bailar y yo accedí. Cuando sentí su cuerpo cerca al mío y sus
manos tocándome con un permiso que jamás había dado, es que me di cuenta. Se
trataba de una mujer entrada en kilos. En realidad era bastante robusta y no
podía dejar de sentir su barriga contra mi cuerpo.
Confieso que la gordura exagerada
no me agrada. Pero en general no juzgo a la gente por su peso. He amado a
muchas gorditas y no he tenido problemas con ello antes; sin embargo, aun cuando no disfrutaba del
momento, no podía dejar de bailar con esta mujer. Mis amigos, luego de ayudarme
a zafar de aquello, me preguntaron por qué seguía bailando con ella; para ellos
yo lo estaba gozando. Pero no, para nada. Es sólo que no podía dejar de pensar que
no quería hacerle daño. No quería que pensara que no me agradaba por tener
sobrepeso.
Pensaba que la podían haber
rechazado antes, que en el colegio la deben haber molestado mucho, que alguna
novia tonta la dejó por otra poniendo de excusa su peso, y cosas por el estilo.
No quería rechazarla, no quería hacerle sentir mal. Y con esto, hice mucho más
que ponerme en su lugar, sino que me fui de cara. La victimicé. La vi como alguien
que de por sí tiene que sufrir, di por sentado que ella se siente mal con su
cuerpo, que lleva una vida miserable por tener kilos de más, por ser gorda.
Ahora que lo veo desde otro punto
de vista, maldigo mi empatía; porque se deja llevar por prejuicios y nubla mi
juicio. Lo que debí haber hecho es rechazarla, no por gorda, sino porque me
tocaba sin permiso, porque me hizo sentir incómoda. Puse mi empatía prejuiciosa
por encima de mi asertividad y perdí mi oportunidad.