miércoles, 24 de febrero de 2016

¿Para qué el feminismo?

El día de ayer me vi en la situación de usar el Metropolitano en un horario en el que es prácticamente imposible coger algún bus. Viajar como tamal, literalmente, teniendo que soportar que invadan tu espacio físico personal (entre otras cosas), no es la cosa más terrible del mundo cuando te convences de que el viaje durará poco. Una no debería acostumbrarse. Iba pensando que las autoridades deberían hacer uso de los medios de transporte público para mejorarlos -porque la experiencia es realmente aleccionadora-, cuando pasó lo siguiente:

En una nueva estación, una joven mujer que intentaba subir al bus, entre risas, dijo “estoy embarazada, cómo voy a subir”. Acto seguido, un joven varón (lo parecía por su voz) desde dentro del bus respondió: “¡Para eso abres las piernas…!”

“Para eso abres las piernas”, ¿se imaginan? Giré mi cabeza en busca del origen de tan nefasta expresión, pero no encontré de quién venía porque había demasiada gente. Me atreví a decir “idiota”, esperando que el sujeto escucharía. Solo se oían las risas de la gente que, aparentemente, viajaba con él; hasta que el jolgorio se vio interrumpido por la voz de una mujer (por la voz, era una mujer madura, <50). Decía gritando cosas como: “desgraciado, maldito, de quién habrás nacido, acaso no tienes madre…”. Ciertamente estaba ofuscada, y no era para menos.

La señora que, aparentemente podía ver al tipo que había dicho tamaña estupidez, le increpaba que se estuviera riendo de su hazaña. De ese montón de gente que yo veía, salió una voz: “Qué le pasa, señora, ¿acaso sabe si he sido yo? Por qué grita, no sea malcriada”. Durante unos minutos más, la discusión siguió. La señora se mostraba cada vez más ofuscada, decía palabras que podrían considerarse ‘duras’, pero nadie la respaldaba. La gente que se atrevió a intervenir, lo hizo para callarla, para decirle que era una exagerada.

De pronto escuché a un varoncito a mi lado, que le decía a su enamorada (a la cual cogía de la cintura desde que subimos al bus): “Está loca, para qué se mete en una conversación que no es con ella”, y dirigiéndose a la señora, “ya cállese, señora…; denle un Diazepam, o un Prozac”. Mi indignación traspasó el techo del bus, pero me distraje pensando en decirle un par de cosas a este individuo que se alucinaba psiquiatra (Digo, no me imagino que podría ser uno con semejante comentario). Mientras tanto, muchas y muchos terminaban por lapidar a una señora, que jamás se quedó callada, que fue la única ese día y en ese lugar, que no tembló para hacerle frente a esta muestra de vil misoginia.

En cierto momento alguien le pidió que se callara “porque habían niños en el bus”…, lejos de reírme de lo absurda que era la escena, miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba rodeada de muchos hombres; pocas mujeres, pero sí un montón de gente que me asustaba. No me atreví a decir nada y sentí mucha vergüenza de mí misma por ello.

Entonces, ¿para qué el feminismo? Simple. Una sociedad como la nuestra necesita de eso que los desinformados llaman “ser radical”, para darnos cuenta de lo estúpidos y estúpidas que a veces somos, de la necesidad que tenemos de sentir las cosas en el propio pellejo para recién alistarnos en alguna causa, para abandonar el doble estándar con el que medimos a los géneros, para dejar de violentarnos, para conquistar la igualdad, para tener perspectiva y brújula al hablar de la violencia… porque me tienen harta cuando algunos dicen: “pero a los hombres también se les violenta” (con voz burlona lo digo).

Pero creo que principalmente, al menos para mí, necesito al feminismo para que la siguiente vez, no me quede callada.